SANTA CLARA DE ASÍS



Clara de Asís es como el horizonte: cuanto más te acercas pretendiendo alcanzarlo, más se aleja, más se ensancha y más atrae; más invita a desear aprehenderlo, aun a sabiendas de que es imposible atraparlo. Pero si te detienes a contemplar, sin prisas y sin ansias, despliega ante tus propios ojos un paisaje fascinante, lleno de matices, ricos en su sobriedad, grandiosos en su sencillez.
            
Clara, amiga de la soledad y hermana de la ciudad, fue mujer rica en relaciones; centrada en Jesucristo, pero abierta a todos los seres humanos y a creación entera. Mujer fecunda en hijos e hijas espirituales, junto con su hermano Francisco de Asís, a lo largo de ochocientos años.
Un año más contemplamos juntos este horizonte que es Clara, y lo hacemos en este “San Damián” que es nuestro convento, pequeña casa de Santa Clara, en esta bella ciudad de Belalcázar, que será nuestro “Asís”.
Y, al igual que el horizonte atrae porque remite y apunta siempre a lo que hay detrás de él, Clara atrae porque toda ella remite y señala al amor absoluto de su vida: Jesucristo. En este pequeño “San Damián de Belalcázar”, de manera un poco similar a aquel 11 de agosto de 1253, un pequeño grupo de hermanos y hermanas –frailes, monjas, franciscanos seglares, gentes del pueblo- rodeamos a Clara para acompañarla en su abrazo definitivo con su amor, Jesucristo. Y nos sentimos invitados por ella misma a exclamar jubilosamente con ella: “Gracias, Señor, porque me creaste”.
Gracias, Señor, por el hermoso don de la vida, por la vida que nos has dado, por la vida y riqueza de la hermana Clara.




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